Luz Gamboa–orgullosamente, pintora mexicana autodidacta- nació en la Sierra de Durango.  Desde niña mostró su interés por el dibujo y la pintura, pero fue hasta 1990 que, impulsada por el gran amor y admiración hacia la cultura y tradiciones de nuestros pueblos indígenas, decidió dedicarse de tiempo completo, a plasmar a las mujeres mexicanas.  Desde entonces, ha viajado a las comunidades indígenas de nuestro país, buscando que su obra se acerque lo más posible a la realidad actual, que hable de ellas mismas y su sentir, de su entorno, de su trabajo y de toda la magia que las rodea.

 

En 1992 ganó el Premio Latinoamericano “Francisco Goitia” y en 1993, Mención Honorífica en el mismo Concurso.  Participó con mucho éxito en la Muestra Ibero-latinoamericana de Pintura en Montreal, Canadá, ediciones 2002 y 2003.  Fue seleccionada para la “Bienal de las Américas, Tijuana 2006” de ese mismo año.  Cuenta con más de 40 exposiciones entre individuales y colectivas.  Ha dado talleres de dibujo, pintura y composición.

 

Su obra es clara y llena de luz: los rostros, los vestidos, los oficios nos dejan ver su admiración por la mujer indígena.  Su trabajo es versátil pues encontramos, además de sus mujeres, paisajes, bodegones, flores, trabajos figurativos y retratos que realiza en lienzo o en jarrones de barro que destacan por el fiel parecido, por su trabajo limpio y sosegado que demuestra que es una artista y una mujer que ama su trabajo, tanto como las mujeres que pinta.

“ Luz Gamboa pinta con el corazón, inventa el tiempo, la atmósfera; capta el rostro de la mujer artesana en su proyección creativa y lo recrea.


Pinceles guiados por la belleza de los cielos de la Sierra Duranguense en la cual nace y le hereda su comprensión del paisaje, del color y su vibración, de la sangre de la tierra.


Enriquece la realidad entrevista, a su pintura le da vida el pensamiento y su entusiasmo, su abierta alegría que le permite distinguir los colores del mundo y recrearlos en su paleta de artista para lograr que sus obras sean hijas, además de la belleza ”.

 

Dra. Guadalupe Pérez San Vicente

Ex secretaria Histórica del Consejo del

Centro Histórico de la Ciudad de México

Mujer es sinónimo de agua en las mujeres que fluyen , en las mujeres fugaces y eternas de Luz Gamboa.

 

Manantiales , ríos , remansos de la vida , sus mujeres.

 

Pero también son viento , fuego , origen y final de la existencia , mujeres que bajo el viejo reboso arropan los pesares , los malos tiempos que siguen a los malos tiempos , la esperanza de una nueva vida y todas las constelaciones distantes e infinitas.

 

Son también renacimiento diario , promesa de un mejor mañana , altar viviente eternamente ofrendado a la Pachamama , amorosa y perdonadora de toda ofensa y todo daño. Diosa y mujer al fin.

 

Las mujeres de agua de Luz Gamboa también saben envejecer , y envejecen áridas y quebrantadas hasta no ser mas que los restos de una cálida fogata que muchas noches entibió el sueño de sus hijos , tal vez alguno  le cantó frente a la danza de sombras de la hoguera alguna coplita irredimible que se perdió en los cerros.

 

      Cascada cristalina que vienes desde el Huapi

detiene tu descenso apiádate de mi

humilde te propongo la paz de mis raíces

ser sangre de mis venas , mis frutos endulzar.

.                                      Marcelo Berbel.

 

 A mis pies , por entre mis dedos , transcurren monte abajo y sin regreso las      mujeres de agua , de vida y esperanza de Luz Gamboa , tal vez mañana con un poco de suerte y mucho de su magia las haga regresar , Ande arriba , selva adentro.

 

 

Guillermo Guido Recio.

México , invierno del 2009

 

LUZ
A Luz Gamboa Herrera

 

Luz tu nombre
luz tu mirada
luz los colores plasmados en el lienzo
pero la luz que sobresale
está en la claridad de tu alma.
Que bello es
poderte ver
de lado a lado.
Que bueno es
saberte en la transparencia.
Que verdad es
el gesto de las mujeres
que te miraron de frente
y que con sinceridad te ofrecieron
 la realidad que buscaba tu arte.
Que atenta has sido
que delicados los trazos
de tu mano fiel.
Que humano se siente
tu sentimiento
bajado de la sierra
paradisiaca.
Cómo soplan
los aires de tu tierra
en el agua de las miradas
que posaron plásticamente
para que tu luz encendiera
lo mejor de nuestros días.

Aboar el Monal

Mujeres de Luz

 

Desde los años cuarenta del siglo pasado, en nuestro país, el campo es una sucesión de pueblos fantasma, desiertos poblados por mujeres, ancianos y niños que permanecen anclados a la tierra, guardianes de un suelo que reclama los brazos laboriosos de sus hombres, los legítimos dueños ahora despojados, los emigrantes. Quienes han de atender la tierra yerma son las mujeres, magníficas, estoicas, entregadas a las tareas infinitas de roturar el terreno, escardarlo, barbecharlo… y esperar, esperar los milagros de la lluvia y el sol, augurar al paso de los nubarrones el regreso al tiempo festivo, con el marido en casa y los hijos creciendo como el maíz.

Estas mujeres aún giran en torno a la gramínea, guardan los días señalados por la órbita del grano; la mazorca, ahusada y firme, define el calendario de los días buenos, divide el tiempo en tiempo de las aguas y tiempo de las secas; el maíz preside la existencia de comunidades agarradas al suelo con la secreta y ciega convicción de que mejores años vendrán. Así va la vida diseminada en los lomeríos estériles, los valles erosionados, las hondonadas de lechos polvorientos, las acequias vacías, la yerba seca; ellas perseveran, no obstante, las mujeres siguen ahí, mientras avanza la deforestación, el desvío de aguas hacia las grandes ciudades, la sequía impacable; desafiantes y resignadas, cumplen bajo el sol su sino inscrito en el pliego mitológico del arraigo; su admirable celo por la tierra nada tiene que ver con nuestro mundo moderno.

 

El temporal sobre el precario sembrado es la tasa con que el tiempo es calculado desde que hay memoria en los páramos mexicanos. No deja de sorprender la tierra pródiga, coronada por la verdolaga silvestre, siempre húmeda, erizada de mentas diminutas, la tierra sagrada ofreciendo sus frutos prístinos, hongos y malezas, nopales, magueyes y toda una constelación de plantas que las mujeres conocen y suministran para todos los males de esta vida; aunque más sorprendente es el amoroso apego a sus linderos, donde comienza otro ritmo de vida, otro modo de entender el devenir, ligado al vaivén de las cuatro estaciones y las incomprensibles catástrofes naturales.

 

Crecen los hijos y transcurren generaciones apartadas de la cultura urbana. En parajes remotos, ajenas a la segregación de que son objeto, las mujeres empollan su esperanza hecha de hambre, trabajo, sed y una férrea, inaudita, desmesurada confianza en sus propias fuerzas engendradoras. De dónde sacan fuerza las graníticas voluntades de esa cultura agraria. De dónde han aprendido. Cómo han logrado trasmutar su pobreza en permanencia. De qué están hechas estas mujeres que se han impuesto sobrevivir al desastre. Estas cuestiones asoman en la obra de Luz Gamboa; sus mujeres son vistas con la claridad de la fotografía, tan reales como su extrema pobreza. Así las pinta, sin un ápice de preciosismo.

 

Pero los poemas ¡Oh, Degas! Se escriben con palabras (Mallarme). Ciertamente, para el arte de la pintura basta un plano donde se conjugarán los pigmentos. La obra ha de surgir –en este caso- de la artista como lo hacen las palabras. Pintar es ante todo una habilidad aprendida. Lo que no se aprenderá es la manera, el entramado singular de los pigmentos en el plano ni el poder sugestivo ejercido por quien pinta; sugerir otra realidad, hechizando al veedor, es una tarea del artista. El pintor cumple con hacer bien las cosas; el artista, además, tiende un puente hacia el veedor para plantar en este la simiente de otra flor, originada en su inteligencia.

Luz Gamboa sabe que en la blusa bordada de sus mujeres heroicas suena un canto silencioso, una plegaria, una réplica oculta signando esos hilos coloridos. Es la voz de la tierra. Bajo la cetrina piel de la que vende guajes, verduras, hay un torrente de lágrimas de indignación, la potencia de una rabia transfigurada en tonos de barro, en ocres encarnados; bajo sus pies descalzos hay grietas, costras de una tierra dura, días de camino con el estómago vacío. Toda la imagen es una herida abierta, retratada una y otra vez por la artista en pos de una esporádica sonrisa o el destello de una mirada alegre. Pero la alegría es imposible en su semblante y sus vestidos. El color en ellas también denota furia y vergüenza para no dejarse morir, aquello que es expresión de una vitalidad envidiable; un amoroso coraje sólo comparable a la imagen mítica de las mujeres griegas les tiene en pie.

Pintar esto es exponerse a la incomprensión de todo el mundo, de las sobrevivientes del erial del erial y de quienes ven la obra. No obstante, Luz Gamboa lleva años figurando el retrato fiel de una de las facetas más sentidas de la mujer mexicana. Sus mujeres terrenales son pintadas con la entereza de quien acepta los riesgos de la ambigüedad. Quien sólo vea folcklore en los óleos de esta autora está perdonado, pues el arte no es para todos, sino para los que desean renovarse a través de una obra nueva.

 

Las mujeres de Luz, de algún modo, reflejan la figura recuperable de la vieja sentencia: la tierra creó a la mujer para iluminar este mundo. Luz es consecuente con esta idea; su obra no pretende ser moderna -por suerte- pues su intención apunta hacia la tradición, tan fecunda, de la pintura mexicana. Innumerables pintores lo han hecho antes; La obra de Rivera, Zúñiga, Zalce, Anguiano, es la paráfrasis del ícono subyacente bajo la tecata de la modernidad. La Escuela Mexicana de Pintura logró unificar a los artistas en torno a una reflexión oportuna: cuál es el rostro del país, cuáles sus señas particulares, cuál es el futuro de su imagen. De aquella reflexión brotaron muchos y variados veneros. Luz pertenece por derecho natural al afluente cristalino de los artistas cuyos pretextos para crear no son nada emblemáticos; sin quitar ni poner, ofrece la visión personal de la mujer heredera de una cultura renuente a desaparecer.

 

Miguel Carmona

 Morelia, Michoacán

 Junio de 2003.

 

LUZ GAMBOA

Mexicana, Duranguense, Tepehuana

 

 

Su obra pictórica trasciende y hace trascender a los seres humanos que la inspiran sin arrancarlos de la tierra original, sin desenraizarlos del ámbito milenario y amorosamente hostil de Aridoamérica.  Esa parte de México no por todos conocida y mucho menos valorada.

 

En la obra de Luz Gamboa, los rostros jóvenes resumen siglos y los rostros viejos eternidades decantadas a la puerta del precario rancho, junto al corral de piedra, cercanos siempre a las heridoras espinas de los cáctus y las visnagas.

 

Seres humanos eventualmente gozadores, cuando la vida o el santo del lugar les propicia fugaz jolgorio.

 

Ya vendrán las nevadas, ya vendrán las sequías, ellos estarán ahí sobre la tierra madre, soportando rigores, silenciosos, estoicos, coloridos y enmarcados por los agrestes cerros y los sombríos cañadones.

 

Abrazados a sus misterios y sus atavismos, avivando generosamente a la reseca greda con sus hermosas vestimentas, sonrientes y siempre abiertos con el forastero bueno.

 

Luz Gamboa no es forastera, así los reencontró y se dio a ellos.

 

Ninguno de los seres humanos por ella cautivados en sus lienzos,  sintió jamás que el alma le fuera robada, y muchos de ellos se vieron por primera vez a sí mismos, entre tímidos y orgullosos.

 

Algo que no saben, pero que sabrán muy pronto, es que sus rostros telúricos y seculares y su entorno mágico y demandante a la vez, ahora se pasean norte arriba en tierras canadienses, y han cruzado en humilde y silencioso vuelo el basto mar  hasta suelo francés, donde verá desde el fondo de sus negras pupilas, otras tierras, otras caras, otras sensibilidades libres de prejuicios, hermanados al fin, por los pinceles orgullosos de Luz Gamboa.

 

 

Guillermo Guido

"Luz Gamboa ama esta tierra llena de magia y tradición que es México. En su pintura retoma lo que es cotidiano y nos empapa de colores y texturas. Su temática nos transmite a la vida rural: niños, escenas populares y fiestas, a través de rostros de mujer. Se podría decir que Luz Gamboa encontró a México.

 

Se satura de luz nueva, de las luchas cotidianas, de los rasgos del pueblo, de usos y costumbres, de vestimentas, de climas, de trabajos y oficios que vuelve temas con contenido y forma, y nos muestra refinadamente en su pintura.

 

Luz Gamboa es heredera del interés que han tenido grandes maestros de la pintura contemporánea mexicana, como Diego Rivera: los indígenas, los obreros los campesinos. retrata al pueblo de México, lo defiende y lo exalta.

 

Los símbolos son directos y explícitos. Toda la obra ha sido creada de manera que es captada por cualquier espectador. transmite su mensaje con llaneza y la comunicación se establece conmovedora y objetivamente."

 

Galería Soltik

Derechos Reservados ® Luz Gamboa 2012

Diseño / Leonardo Lavín